Para comenzar te propongo una pausa retórica, un paréntesis dentro del flujo de esta conversación. Una de las primeras sensaciones que vineron a mi mente cuando recibí la invitación para escribir un texto sobre la curaduría en México fue que desde cierto punto de vista ¿qué más se podría escribir? El modelo planetario del arte contemporáneo ha dedicado ya considerables esfuerzos intelectuales a teorizar sobre una de sus posiciones más glamorosas y expansivas: la curaduría como autoría, la curaduría como investigación, curaduría y periferias, curaduría pedagógica, curaduría decolonial, curaduría política, curar la institución, curar el archivo, curar bienales, curar las prácticas sociales, etc. Hablamos, históricamente, de una profesión convertida en un verbo que emerge en contextos cada vez más distantes de su sistema social original; teóricamente, de una práctica específica del pensamiento; estructuralmente, de un poderoso agente aduanal. Problemente su condición como mediadora, con las implicaciones que ello implica en la dimensión ético-política, es la que despierta reacciones tanto de atención y deseo como de sospecha y rechazo. Es un lugar interesante, al entrar en la zona unx puede ganar brillo, llenarse de lodo, amplificar tu propio volumen, “entrar en la Historia”, salir del anonimato, disponer presupuestos, edificar umbrales de sentido, traer a la luz y arrojar a la sombra.
Aclaremos, la mirada que puedo ofrecerte sobre este tema es una centrífuga, anfibia, migrante y ocultista. Antes de practicar la curaduría me dediqué durante años a la educación artística y a enseñarme a mí misma a ser artista, y cuando por fin no pude saldar más con mi cuerpx la distancia inconmensurable entre el decir y el hacer de los museos en los que trabajaba, la maestría de estudios curatoriales que se oferta en México no aceptó mi proyecto por insumiso, inusual. Circunstancialmente esta soy yo, una voz que está de paso, que visita desde afuera, así que más que un recuento extensivo o un intento de delimitación, lo que me interesa entretejer aquí es parte de la trama de una cierta geometría social.
Con la diseminación del concepto de curaduría a través del inglés y el español nos llega una búsqueda por introducir y nombrar lo que es preciado dentro del espacio abstraizante del museo, la galería o la exposición independiente, esos peculiares soportes de la escritura histórica. No se trata de una discusión moral y binaria, sino de la observación de una técnica tridimensional. Quizá lo que nos conviene entonces sea un cambio de escalas, un zoom out.
Para observar este ángulo valdría la pena procurar una atención pragmática, prosaica, que difícilmente encontraremos en los artículos especializados y los catálogos; un modo de atención cuya distancia crítica permite algo similar a la transferencia y a una lectura oblicua. Un paso atrás es todo lo que se necesita, un escalón menos. En otras palabras, si la curaduría en México ha de conocerse a sí misma, le convendría comenzar a buscar su reflejo también en las miradas de lxs visitantes, lxs educadorxs, lxs vigilantes, “la otra historia del arte”, escrita no desde la academia sino desde lxs cuerpxs vivxs singulares que recorren sus proposiciones. Es simple y revelador: ¿a quién queremos escuchar?, ¿con quiénes vamos a conversar?
Con frecuencia, la operación curatorial está articulada para una conversación trazada desde el inglés internacional, institucionalmente autorizada, coherente y elegante, filosóficamente sofisticada, ¿para quién es este espectáculo deslumbrante de razón posmoderna ilustrada? Fuera de las membranas de esta fuerza que podríamos llamar dominante p alpita un diverso ecosistema de organismos que se le contraponen, la atraviesan, la evaden, la incomodan, la incorporan y la ignoran. Hay tantas maneras de habitar ese canal como hay imaginaciones artísticas; cada mediación es una mutación con una la pluralidad incontable de efectos que comúnmente quedan fuera del límite discursivo del archivo.
En la más pura tradición occidental moderna, el lugar social de la curaduría se ha escrito como un relato heróico¹ y eso puede ser un problema, tal como sucedió con su narrativa predecesora, el artista varón romántico legado por el siglo XIX. Para lxs educadorxs relegadxs a un cierto margen —uno no tan oprimido como quienes trabajan en el área de limpieza pero definitivamente a la sombra del reconocimiento—, resulta muy evidente la asimetría de saber-poder que conlleva la importación de estos modelos de sistema social, las investiduras de nobleza cultural2 para explorar, señalar, nombrar y trazar el mapa hasta Finisterre. Me pregunto si la seducción del centro es en parte la coartada del mal sueño.
Un párrafo es un párrafo es un párrafo es un párrafo y la repetición de una voz arquitectónica que desconoce la mutabilidad de su territorio es motivo suficiente para proponernos un análisis situado. Por ejemplo, recuerdo:
A la joven asistente que recibió su primera oportunidad para llevar su propio proyecto curatorial con el que decidió crear un exhuberante prisma jardín diseñado para el habitar y despertar del sueño de una noche de verano, gesto luminoso por el cual la rechazaron y maltrataron porque demasiado pronto, porque fuera del linaje autorizado, porque salir del molde te puede salir caro
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a la majestuosa serpiente que Juan Downey imaginó para un evento de un solo día obligada a vivir dentro de una obra dentro de un museo durante seis meses porque se decidió que resultaba fundamental su confinamiento para hacer un punto intelectual
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a una célebre curadora de archivos reaccionar indignada cuando moderando un conversatorio les propuse reflexionar sobre el privilegio arquitectónico que tiene la escritura curatorial porque para ella era evidente que lo único que puede llegar a importar es lo que se dice y no las formas en las que se llegue a concretar
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a la exposición de danza contemporánea que exaltaba a la corporeidad y sus historias cotidianas mientras cuerpxs tan sólidos como tú y como yo eran forzadxs a mantenerse de pie más tiempo de lo que el Sol brillaba sobre aquella masa de mármol hasta que el artista-hombre-francés les subió una silla porque esa incongruencia cómo podía ser
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profanos infantilizados cuando merecían conocer las obras tanto como cualquiera y en un caso puntual la instrucción de la subdirectora emitente investigadora del Museo Nacional, la cito textual “a la gente dale caca de vaca porque caca de vaca se lleva”
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a lxs artistas cuya imaginación nocturna excéntrica íntima intuida anómala animista rabiosa telúrica racializada fuera de moda pies en la tierra parece no tener mucho lugar dentro del tablero de un juego que se presenta como inevitable para triunfar
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Si el arte es el ensayo y la obra es la vida, ¿cómo escribir la historia sin su pigmento germinal la memoria sentida?
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¹ Pienso en el relato heróico como lo analiza el dramaturgo Ricardo Díaz a través de la escenificación de narrativas.
² Tomo este concepto y la perspectiva de análisis del campo cultural de las investigaciones sociológicas de Pierre Bourdieu.
³Algunos fragmentos de este texto inicialmente fueron fruto del Programa de Escritura Alrededor del Arte Contemporáneo de Zona de Desgaste.