Curaduría de un verbo-espacio

Microsoft Word, Google, la RAE -por mencionar sólo tres sistemas- no reconocen el verbo maternar. El primero señala que está mal escrito y conviene buscar otro verbo. El segundo no lo identifica dentro de su vastedad de información, y el tercero -desde su abecé vertical- tampoco lo acepta. Como si el acto de maternar no existiera o no necesitará prescripción de palabra para quienes respetan el santuario del uso “correcto” del español, pero ¿podemos pensar una exposición y su curaduría como una posible definición de este verbo?

Maternar. Entre el síndrome de Estocolmo y los actos de producción, curada por Helena Chávez Mac Gregor y Alejandra Labastida para el MUAC (Museo Universitario de Arte Contemporáneo) es en este sentido, un verbo-espacio para la sensibilidad y agencia de algunas de las potencias que atraviesan el acto de maternar y la fuerte crítica implícita hacia las estructuras patriarcales, en relación a los actos de producción al cuestionar si puede la maternidad producir seres humanos en vez de capital.

Hablar desde la experiencia sobre una exposición que va de los afectos y cómo éstos se cruzan con lo político me parece un buen pretexto. Mi primer acercamiento resultó un shock emocional compartido en lo íntimo. La muestra se volvió un espacio seguro que me permitió dejarme afectar por las vivencias detonadoras de cuestionamiento que la maternidad aúna. Al acudir una segunda vez, puse mi atención en otros aspectos, principalmente en lo que provoca el recorrido, las narrativas y el binomio curaduría-museografía con la intención de observar cómo operan los dispositivos culturales, geopolíticos, sociales e incluso conceptuales en la forma de hacer curaduría.

Vista de la exposición « Maternar. Entre el síndrome de Estocolmo y los actos de producción», Museo Universitario de Arte Contemporáneo. Sala 1. Foto: Giovanna Enriquez

Helena Chávez Mac Gregor y Alejandra Labastida curadoras de Maternar, vienen de distintas prácticas y coinciden en la colaboración como una herramienta que les ha permitido pensar en comunidad.  En una breve charla que tuve con ellas, Helena cuenta que cuando deja lo solitario de la investigación, prefiere el trabajo curatorial con otras personas para propiciar intercambio. Alejandra, quien ha trabajado proyectos propios y colaborativos, comenta que ha sido muy liberador y conciliador curar en colaboración. Ambas se han nutrido de la interlocución para trabajar, de ahí que los textos curatoriales del catálogo, por ejemplo, sean una red textual de afectos que atraviesa la muestra y salta a lo público. “El tema (maternar) en sí creó una red de solidaridad entre artistas, curadoras, colaboradores muy rica”, comenta Alejandra, quien insiste en que la era del ensayo curatorial temático ya está cada vez más diluida, así como los proyectos que apelan al estrellato del curadorx-autorx. “Esta exposición nació del deseo que teníamos Alejandra y yo de explorar el tema de la maternidad juntas”, comenta Helena.

Es interesante revisar un proyecto que parte desde la experiencia de ser madre y al mismo tiempo se cruza con la investigación y se nutre de la complicidad y confrontación. La mancuerna de Helena y Alejandra es gestionada desde la teoría y la práctica, desde donde cada una aporta con su experiencia.

Alejandra comenta que recuperaron materiales y espacios museográficos previos del MUAC en miras de aprovechar el presupuesto y no contaminar demasiado, absorbiendo y cambiando estructuras de exposiciones previas, como una estrategia institucional. En ese sentido, todas las decisiones museografías se dieron en un diálogo entre la curaduría y el museógrafo encargado del proyecto, Rafael Milla. Mientras que, Helena propuso empezar desde la literatura, de la revisión de textos, y partir de ahí para investigar qué se está haciendo, lo cual es evidente en los breves textos que acompañan las piezas que no dirigen la mirada hacia cómo deben ser leídas, si no comparten datos específicos para quien desee ahondar más. La alianza curatorial es clave para trabajar a partir de una dinámica colaborativa, pues como comenta Helena, “hay que entender qué se está haciendo en la práctica, desde la obra”, para no perder de vista la esencia de la obra en el afán de recurrir a únicamente a fundamentos teóricos, para validar la curaduría de la muestra. 

Carmen Winant, ¿Por qué estas son nuestras únicas alternativas y qué tipo de lucha nos llevará más allá de ellas?, 2021. Sala 1. Foto: Giovanna Enríquez

La pandemia también tuvo repercusiones en los procesos curatoriales y limitó algunas de las decisiones originales de la muestra, sin embargo la intención de responder a las necesidades formales de las piezas y no a líneas temáticas, es clara. El MUAC arropó la propuesta y las curadoras se ajustaron a contratiempos de fechas,  por lo que algunos ejes se modificaron y otras problemáticas se incluyeron, como la maternidad en pandemia.  Muestras como ésta desestabilizan las posibilidades del quehacer curatorial en el siglo veintiuno, en un contexto pandémico, en un país latinoamericano, por los temas que insiste señalar y por el trabajo desde lo colaborativo. Resulta un ejercicio curatorial interesante que además de evidenciar problemáticas de nuestra sociedad patriarcal, intenta desbordarlas más allá del espacio museístico. Creo entonces pertinente lanzar algunas preguntas y reconocer desde los aciertos, evaluar desde lo que parecen descuidos y disponer este texto como un espejo situado en lo que se ve desde afuera, como público, y desde adentro, a partir de la conversación con las curadoras.

Vista de la exposición « Maternar. Entre el síndrome de Estocolmo y los actos de producción », Museo Universitario de Arte Contemporáneo. Sala 2. Foto: Giovanna Enriquez

Maternar se mueve dentro de un marco temporal que desde su reconocimiento geopolítico y suscita narrativas más allá de las apuestas hipotéticas de las curadoras. A pesar de que la muestra no se enuncia como feminista, sí lo hace desde un pronunciamiento antipatriarcal, lo que resulta  evidente en el texto curatorial y en piezas que claramente cuestionan el género y proponen otras formas de entender la maternidad, ya desde lo queer, ya desde lo trans. Recibo estas consideraciones, como un gesto de empatía política, de abrazo desde el afecto y no sólo desde la teoría.

La curaduría entonces, se lee no como un ensayo teórico, sino como una investigación abierta que sugiere formas de curar bajo otra sensibilidad en donde hay lugar para la tristeza, la ternura y la angustia del acto que nos convoca en esta exhibición: ser madre. Me parece significativo que ambas curadoras cuestionan el maternar, como un acto de cuidado de un ser humano a otro, e incluso hacia otra especie, el cual puede realizarse por otros géneros y que no tiene sólo que ver con el acto biológico de gestar o parir, sino también con la noción de responsabilidad y trabajo. Es evidente que en la muestra predominan piezas audiovisuales, decisión curatorial importante, lo que podría sugerir que este formato es quizá uno de los más utilizados por las artistas madres. Probablemente porque es un formato más inmediato para la producción artística de algunas mujeres que sortean el trabajo y las múltiples responsabilidades de la maternidad, sin mencionar la relevancia de la intimidad que este formato evoca. 

Ai Hasegawa, Quiero dar a luz a un delfín, 2013. Foto: Giovanna Enríquez

¿Realmente se abren las obras y se genera un “dispositivo de condensación de mundos que abren a sí mismo otros mundos sin la intención de controlar el discurso”, como dice Helena? Me parece que sí, puesto que la muestra no es una opinión sobre el maternar, sino una pregunta por la importancia de reconocer algunas de sus potencias políticas y cómo éstas van del espacio de producción al museo y de ahí se despliegan hacia afuera de la institución. Teniendo en cuenta algunas convocatorias que para postularte te dan tres años de “gracia” si eres mujer (siendo los cuarenta y tres años el límite, a diferencia de los varones, cuyo límite es a los cuarenta años) sugiriendo que seguramente “perdiste” tres años a partir del embarazo.

Volviendo al diálogo museografía-curaduría, me surgen algunas inquietudes. Desde mi experiencia, el recorrido estaba pensado como un atravesar en el sentido de incidir conceptual y físicamente en las piezas, como un ir y venir espacialmente revisando y sumando preguntas. Sin embargo, sentí que había visto distintos ambientes a partir de las subdivisiones de las dos salas principales de MUAC. La museografía fue un proceso de diálogo, según las curadoras, para provocar un serie  de ambientes-sensaciones-afectos, mediante dinámicas espaciales que pretenden alejarse cubo blanco, no tematizando sino utilizando materiales como la fibra de vidrio para montar una cabina audiovisual que al mismo tiempo asemeja tejidos corporales.

Considero que las primeras impresiones son importantes y debo reconocer que en mi primer acercamiento la museografía se sentía como la pieza de jenga que está por derrumbarse debido a ciertos descuidos o decisiones que complicaron mi experiencia de la muestra. En mi primera experiencia consideré que la museografía jerarquizaba el despliegue de las obras, puesto que pareciera que algunas obras tuvieron más cuidado en el montaje que otras. Este tipo de detalles particularmente me distrajeron a la hora de transitar la muestra, ya que una curaduría tan rica en discurso y selección de piezas, sufre algunos tropiezos que podrían llevar la mirada a otros lados. 

Vista de la exposición « Maternar. Entre el síndrome de Estocolmo y los actos de producción », Museo Universitario de Arte Contemporáneo. Sala 3. Foto: Giovanna Enriquez

Pienso en algunas de las decisiones curatoriales y museográficas que más resonancias tuvieron en mí. Por ejemplo, en el espacio donde se encuentran tres audiovisuales, me parece que el acierto principal está en poner al centro los tres audiovisuales, sacarlos de los muros, para de esa forma relacionar las piezas espacialmente y considerar a los públicos, mediante un mobiliario lo suficientemente cómodo para apreciar las piezas que son de larga duración. El espacio está bien tan bien aprovechado que los audios no se contaminan a pesar de su cercanía. El único inconveniente es atravesarse frente a la mirada de quienes observan los videos, para encontrar la salida a la siguiente sala.

En las salas 1 y 2 se disponen piezas de archivo que forman parte del proceso de investigación de los artistas en distintos formatos como texto, bordado, fotografías, video e incluso objetos. Esta selección de obra, producida en su mayoría por mujeres, disidencias y en menor cantidad por hombres, es un entrecruce entre políticas y ecos del maternar entendido como un acto de resistencia íntima y pública.

Si continuamos y salimos de la sala 1, la pieza de María Llopis vincula espacial y conceptualmente la sala 1 y 2 con el pasillo entre salas que está habilitado para la pieza de audio y texto, y qué mejor que esta pieza –la cual es al mismo tiempo un manifiesto de posibles futurabilidades- sea una de las que cuestionan el futuro de la maternidad, principalmente apelando al cuestionamiento de género.

Ningún espacio queda sin ocuparse, y a nivel discursivo eso es muy congruente.  Por último, al llegar a la siguiente sala, me surge la siguiente duda ¿por qué la decisión del arco que une la sala 1 con la sala 2 como si hubiera una pequeña sala dentro de la gran sala?, ¿es por la escala de las piezas? Si no es por esto, ¿cuál es la decisión de desvincular las piezas de las paredes del museo? Para Helena, esta decisión partió de jugar con las dimensiones espaciales en tensión con la idea del cubo blanco y, principalmente, con acercar las piezas entre ellas puesto que las materialidades de esta sala requieren una observación más detallada, y algunas son de formato pequeño. Me llamó tanto la atención que no logré entenderlo así la primera vez y esto me distrajo, pero al mismo tiempo me obligó a repensar qué estaba viendo y una muestra que te obliga a ensayar la mirada me parece muy valiosa.

Marge Monoko, Yo (no) quiero un bebé, 2017. Foto: Giovanna Enriquez

 A pesar de esos detalles, lo más relevante es cómo Maternar abre temas y conversaciones, insiste -como mencionan las curadoras- en revalorar nuestra apreciación a estos cuestionamientos, puesto que no son “temas” nuevos en el arte, pero sí con poca visibilidad en espacios museísticos y desde una revisión tan comprometida como sucede en este caso. Pienso que una curaduría como estas -apuntaladas desde una crítica sensible sobre temas poco revisados desde la institución cultural- logran sacar la muestra del museo y la insertan en lo cotidiano, incluyen a otras voces y posibilitan maneras de no individualizar los procesos curatoriales, para dejar de lado la curaduría como autoría y proponer desde la pluralidad, con lo complicado que es ese ejercicio. 

“No estoy buscando darle satisfacción a nadie, ni retar a nadie, ni castigar a nadie, sino poder hablar para alguien que no sé quién es necesariamente. […] Me gusta trabajar con lo que no se sabe y no puedes calcular”, menciona Helena. Y en paralelo Alejandra comenta que incluso fue complicado pensar los textos curatoriales desde fuera de la academia. Particularmente, lo que yo leí en esos textos lo entiendo como una rabia que insiste en la urgencia de no soltar estos temas. 

Pienso en Maternar como una provocación a aceptar el desafío de cuestionarnos una de las prácticas humanas y animales más complejas desde un verbo que no existe en los diccionarios pero sí en lxs cuerpos que lo habitan desde dentro o fuera. Este proyecto curatorial se inserta en un museo como punto de partida, como una punzada en las entrañas, como un pequeño incendio que lo trastoca todo.